1. “Glosas croniquenses: A Synchronic Bilingual (American Indigenous Languages–Spanish) Set of Glossaries” in Charting the Future of Translation History, Georges L. Bastin and Paul F. Bandia, Eds., University of Ottawa Press, 2006, 277 – 292.
2. Ponencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, Harvard Universuty, 2000. Edición e interpretación de textos andinos. Ignacio Arellano y José Antonio Mazzoti, organizadores. El índice y la presentación se puede ver en:
http://www.fas.harvard.edu/~icop/edicioneinterpretacionintr.html
3.“Glosas Croniquenses: El mundo andino lenguas nativas y castellano” en Edición y anotación de textos andinos, Ignacio Arellano and José Antonio Mazzotti, eds. Universidad de Navarra, Editorial Iberoamericana; Frankfurt: Vervuert, 2000, 137 - 158
4.Artículo publicado en Cyberayllu de la Dra. Lydia Fossa, diciembre 2002
http://www.andes.missouri.edu/andes/Comentario/LF_GlosasCroniquenses.html
5.Fossa, Lydia “Los archivos coloniales: fuentes para el estudio de la traducción. Perú siglo XVI” en Glocalism: Journal Of Culture, Politics And Innovation. 2021, 2, DOI:10.12893/gjcpi.2021.2.4.
Published online by “Globus et Locus” at https://glocalismjournal.org
https://glocalismjournal.org/wp-content/uploads/2021/11/Fossa_gjcpi_-2021_2.pdf
Cuando empecé a trabajar en mi tesis doctoral, en 1994, escudriñé los tres libros de mi corpus en busca de toda la información que fuera pertinente a los temas de literatura colonial temprana que investigaba: participación del escritor en su relato, hechos de traducción y de transcripción, objetivos del texto, y otros más. Cuando estaba fichando los libros de Pedro de Cieza, Juan de Betanzos y Polo Ondegardo, observé que cada uno de ellos traía una gran cantidad de palabras en lenguas indígenas. Y lo que me pareció más interesante, cada una de ellas venía con una o más explicaciones de su significado.
Poco a poco fui registrando cada palabra con su significado. Llenaba una hoja, y otra y otra. Todavía no tenía muy claro en qué lo usaría, porque no era parte de mi tesis. Entonces pensé que con esas palabras en quechua y sus significados, tendríamos un glosario bilingüe sincrónico del siglo XVI, contemporáneo con el primero de su género, el Vocabulario de fray Domingo de Santo Tomás (1560). Cuando terminé de fichar todo el material léxico, o lo que yo creía que era todo, tenía aproximadamente unas 150 palabras por autor. Me pareció una cantidad razonable como para pensar en una publicación. De hecho, lo consulté con una editorial y les pareció muy interesante la idea.
Siempre sobre estos asuntos de la lexicología bilingüe en los textos españoles del siglo XVI, escribí «La apropiación de lo 'nuevo': la traducción», que presenté en el marco del II Congreso Nacional de Investigaciones Lingüístico-Filológicas que organizó la Universidad Ricardo Palma por intermedio de su Facultad de Lenguas Modernas, en Lima, en agosto de 1994. En esta ponencia, que resultó siendo conferencia plenaria por estrictas razones del azar, presenté algunas de mis conclusiones preliminares, que fueron muy bien recibidas.
Consulté con diversos especialistas sobre cuál sería la mejor forma de organizar la información que yo ya tenía y la que vendría. Lo que yo había hecho por puro interés lingüístico había que hacerlo científicamente o, por lo menos, más sistemáticamente que lo que había hecho yo en un principio. Seleccionamos un programa que nos ayudaría a ingresar todo el material léxico a la computadora para poder verificar mejor que la información estuviera completa y que fuera fidedigna. El programa, además, debía ser flexible para permitirnos corregir, añadir, cambiar, borrar todo lo que fuera necesario.
Para 1997, yo ya había considerado que el proyecto era viable y había concursado para obtener una financiación para esa investigación de la Universidad de Arizona. La primera vez que postulé no la obtuve, pero al año siguiente, 1998-1999, volví a intentarlo y esa vez sí hubo fondos para mi proyecto. Recuerdo que una de las observaciones de un miembro del jurado era: «¿Para qué necesita una paleógrafa cuando ella es Paleógrafa?» Eso indicaba, para mí, que esa persona no tenía idea de lo que es hacer una transcripción paleográfica de 159 folios, como el caso de Betanzos. Cuando se dio el caso de encontrarnos con términos de difícil lectura, fue muy útil que dos paleógrafas conversaran sobre el asunto y llegaran a acuerdos y a soluciones.
El manuscrito la Suma y narraçion de Juan de Betanzos lo obtuve a través de Roland Hamilton, un colega que lo tradujo al inglés y que trabaja en la Universidad Estatal de San José, en California. Fue una actitud muy loable de su parte el concederme el uso del manuscrito para elaborar el glosario, por lo que le estoy muy agradecida. El manuscrito de Ondegardo lo solicité a la Biblioteca Nacional de Madrid. Esa fue la parte fácil: pagarlo era casi imposible. Había que depositar únicamente pesetas en una cuenta española. ¡No creo que en Tucson haya ninguna oficina bancaria que me pueda vender pesetas! En fin, Coral Reed y su hermana Mariló, españolas ambas, se las agenciaron para pagarlo en Madrid, solucionando este problema burocrático. A ellas también les extiendo mi agradecimiento. Consideramos que no era necesario consultar con el manuscrito de Cieza, en la Biblioteca Vaticana, porque la edición de la Universidad Católica de Lima es excelente.
Con el dinero de este primer fondo, de casi $5,000, el equipo de trabajo de Lima inició sus labores. El equipo estaba conformado por Roxana Castañeda, quien se ocupaba de digitar las entradas, Martha Solano que revisaba el manuscrito y hacía la transcripción paleográfica que se contrastaría con el texto impreso, y yo, que compulsaba las entradas con los textos a modo de comprobación y revisaba todo el trabajo. Glosas croniquenses empezó con Ondegardo, siguió con Betanzos y finalmente le tocó a Cieza.
Sobre la base de la experiencia adquirida hasta ese momento en la elaboración de los glosarios, di una conferencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, en agosto de 1998. El título de la conferencia fue «El quechua en tres crónicas españolas tempranas: Una aproximación semántica» y el escenario fue la Escuela de Historia del Departamento de Ciencias Sociales, por una gentil invitación del Profesor Miguel Marticorena Estrada y de los estudiantes de historia.
Cuando ya se empezó a ver la forma que estaba tomando el registro de datos, después de varias pruebas y numerosas consultas, César Quiroz, quien recomendó el programa de catalogación de las entradas, sugirió que pusiera el Glosario (ya tenía un nom de guerre) en la Internet. Pensé que era una estupenda idea! Pero, ¿cómo se hacía eso? Mientras consultaba con otras personas sobre la posibilidad de utilizar la Internet y la facilidad que sería para los investigadores el consultar los Glosarios en ella, surgieron otras ideas y el trabajo siguió evolucionando, y también fueron cambiando los miembros de los grupos de trabajo.
Para esto, ya el primer equipo había dado paso al segundo, esta vez en la Universidad de Arizona, conformado por Judith Caballero y Vania Barraza, estudiantes de postgrado del Departamento de español y portugués. La Escuela de Humanidades de la Universidad de Arizona, a través del Decano Charles Tatum, nos dio cinco becas de $500 cada una, que permitieron pagar a los estudiantes por hacer el trabajo durante el verano del 2000, y durante el semestre de primavera del 2001. Aprovecho la oportunidad para agradecerle esta ayuda y el constante apoyo a la investigación y la actividad intelectual que ejerce desde el decanato. Yo sentí la necesidad de hacer nuevos listados de todo el material a modo de control. Teníamos que estar seguros que habíamos recogido todos los términos que contenía cada uno de los textos. Ése fue el trabajo principal del equipo.
Mientras más revisábamos los originales y más comparaba los listados, iban surgiendo nuevas ideas, pero esta vez relacionadas con el material léxico que estábamos compilando. ¿Qué les parece si añadimos los topónimos? En principio sí, pero por qué. Creo que los topónimos nos van a servir por varias razones: primeramente, en las culturas indígenas del área andina, los topónimos son descriptivos de los lugares que nombran. Es decir, esos nombres de lugares tienen significado y esas palabras con significados nos pueden ayudar a reunir aún más material léxico. En segundo lugar, si indicamos los topónimos vamos a poder reconocer de qué lengua se trata y qué espacios ocupaba esa lengua en el territorio andino o fuera de él. Ante estos dos argumentos, quedamos en que incluiríamos los topónimos. A estos le siguieron los etnónimos y los antropónimos. Estos últimos me interesan particularmente porque creo que todavía no hemos podido distinguir entre los nombres y los títulos de los señores indígenas. Creo que falta ese estudio y el incluir estas palabras puede facilitar la tarea a otros investigadores.
Otra idea que me rondaba la mente, justamente porque se refiere a otra incógnita del pasado indígena, es el tema de los cargos y las funciones que cada persona tenía en el incanato. Los autores españoles tempranos no nos explican claramente qué hacía un curaca ni por qué lo era; no sabemos realmente qué obligaciones le competían al camayoc, ni cuánto tiempo duraba su cargo, ni cómo se le escogía. Y aquí teníamos a unos autores que nos hablaban de los «capitanes» indígenas, de los «prinçipales» y de otros funcionarios incas, pero ¡con términos castellanos! ¿Cómo los íbamos a incorporar, si eran términos en castellano? Bueno pues, ¡vamos a incorporar términos en castellano a nuestro glosario de lenguas indígenas! Pero, ¿con qué justificación? Pues, bajo la premisa de que el término es castellano, sí, pero su significado no. Es decir, la forma es castellana pero el contenido es quechua o aimara. Y esas palabras están en castellano únicamente para hacer más fácil su comprensión a otros españoles. Entonces, acordado, incluimos también los términos cuyo significado explica o informa sobre una categoría quechua. En este rubro entraron también los que se refieren a la distribución y partición del territorio inca como, por ejemplo, «provinçias».
Cuando ya tuvimos a punto el primer listado, el de Ondegardo, pensé que además de que el lingüista experto en idiomas indígenas andinos incluyera la normalización de cada una de las entradas, debería también identificar la lengua a la que pertenecía. Consideramos la normalización importante porque éramos conscientes que estábamos ante una de las primeras veces, si no la primera, que esas palabras indígenas se escribían en un registro fonético. Eso hacía que los escribientes no tuvieran un antecedente que seguir, y sólo sus oídos los guiaran. Por eso encontramos una palabra escrita con hasta tres variantes en una misma página: uaca, guaca, huaca. ¿Cómo va a saber el usuario del Glosario que se trata de una sola palabra? Entonces, la normalización la escribiría como se sabe ahora que se escribe así la palabra, por razones lingüísticas, de préstamos, de naturalizaciones, etc. Utilizaríamos el alfabeto quechua recomendado por los lingüistas, el de las tres vocales: a, i, u. El identificar cada lengua ofrecía al usuario, además, la posibilidad de diferenciar entre el quechua y el aimara, distinción que muchos de los propios autores no hacen, creo que por no saber que se trata de lenguas distintas que han convivido en un mismo territorio durante centurias y que se han prestado términos recíprocamente. El puquina se sigue, aún hoy, confundiendo con las otras lenguas andinas. Aún así, hay términos que hasta ahora no sabemos a qué lengua pertenecen. Es el caso de muchos etnónimos. En esta tarea contamos con la valiosa ayuda del lingüísta Marco Ferrel Ramírez.
En cuanto a las lenguas centroamericanas, vinieron de contrabando en las hablas de los españoles. Esta labor de identificación evidencia la cantidad de palabras indígenas que llegaron así de Panamá, Nombre de Dios, La Española y otras islas. Así sabremos todos que chicha es probablemente cuná de Panamá, que canoa y axi (ají) son también términos importados del Caribe y otras sorpresas más. El uso de esos términos en los textos nos indica también cuál ha sido la trayectoria del autor, pues si recurre excesivamente a ellos es porque ha vivido en esas áreas y las ha incorporado a su léxico corriente. Esos términos indígenas foráneos le sonaban, por supuesto, extranjeros a los andinos, quienes consideraban que eran parte del patrimonio lingüístico español.
Con estas ideas en mente y con el proyecto ya bien avanzado, acepté la invitación que me hizo mi colega José Antonio Mazzotti para participar en el simposio «Edición y anotación de textos andinos» y presentar «Glosas croniquenses» ante un público reducido pero especializado, en la Universidad de Harvard, en abril del 2000. Esto me permitió, no sólo preparar el material para que fuera observado por un grupo de posibles usuarios por primera vez, sino que me hizo ver que algunos puntos de lingüística aún no quedaban claros para los literatos. Por otra parte, la recepción del trabajo fue muy positiva y se habló del efecto a largo plazo que tendría una investigación de fuentes primarias como ésta. Las actas del Simposio aparecieron a fines de ese mismo año, tiempo récord para este tipo de publicaciones, gracias a los esfuerzos de los editores, Ignacio Arellano y José Antonio Mazzotti. El título del libro es el mismo del Simposio: Edición y anotación de textos andinos y el de mi artículo es:«Glosas Croniquenses: El mundo andino lenguas nativas y castellano» (Madrid: Iberoamericana; Frankfurt/Main: Vervuert, 2001, 288 p.).
Bueno, una vez que ya estuvo el primer glosario compulsado con el listado de control y depurado, ya estábamos listos para poner la lista de Ondegardo de casi 200 entradas diferentes en la Internet. Hago esta aclaración porque muchas de las entradas están repetidas, como inca o Cuzco: todas las repetidas de una misma palabra las consideramos como una entrada. Cuando el glosario de Polo Ondegardo estuvo casi listo, presenté el proyecto en la Universidad de Arizona. Primero, en febrero del 2001, fue en el marco de un simposio sobre literatura, lenguaje y cultura iberoamericanos, organizado anualmente por los estudiantes graduados del Departamento de Español y Portugués. Mi presentación fue «Glosas croniquenses: El mundo andino en lenguas nativas y castellano según Polo Ondegardo en Notables daños». En esa oportunidad, Miguel Rodríguez-Mondoñedo, uno de los estudiantes de postgrado que formó parte de uno de los equipos, me acompañó en la presentación. Por el azar y la suerte, Miguel, lingüista también, tenía muchísima habilidad para trabajar en la Internet: presentó en el simposio la página web de Ondegardo, que recién mostrábamos a alguien fuera del equipo. Para mí fue muy emocionante ver ya resultados tan concretos del proyecto y también ver el interés y la curiosidad que despertó entre los asistentes. Quien se mostró especialmente interesado fue el Profesor Emérito Dana Nelson, experto en cuestiones filológicas del Libro de Aleixandre. Me felicitó muy cordialmente por el éxito alcanzado. Menciono esto porque viene de una persona que sabe de este tipo de investigación y lo aislado que puede sentirse uno a veces, enfrascado en problemas semánticos o morfológicos de situaciones lingüísticas del pasado. ¡Es como vivir desfasado temporalmente!
A ese Glosario le siguió el de Cieza, de casi 400 entradas. Miguel Rodríguez-Mondoñedo diseñó y mantiene las páginas web de cada uno de los autores. Y ya ha diseñado dos, el rojo-vino para Ondegardo con su rúbrica que ocupa toda la página y su firma que lo identifica como el «Licenciado Polo», y la más sobria de «p° de çieça de leon», que obtuvo un fondo azul marino. A «Joan Diez de Betanços», como él firma, le ha tocado el color verde; Agustín de Zárate lucirá el negro.
La aparición del Glosario de Ondegardo en la Internet generó una estupenda corriente de felicitaciones y de buenos augurios. Colegas peruanos, norteamericanos, canadienses, europeos, todos tuvieron palabras de mucho aliento para continuar y de agradecimiento por brindarles una fuente de información tan útil. Numerosos estudiantes también se han beneficiado de las consultas con la lista y han escrito cartas de reconocimiento.
Otra presentación que hice en la Universidad de Arizona fue en la serie de charlas que organiza el Centro de Estudios Latinoamericanos por invitación de Raúl Saba. Se trató de «Glosas croniquenses: El mundo andino en lenguas nativas y castellano según Polo Ondegardo en Notables daños», en abril del 2001. Esta charla, ante latinoamericanistas, fue muy fructífera porque se destacó el interés por promover el estudio de los asuntos andinos que tiene la Universidad de Arizona. Esta vez el diálogo fue con historiadores, geógrafos, antropólogos, sociólogos expertos en diferentes países y subregiones latinoamericanas. De aquí salió la invitación de la Directora del Centro, Diana Liverman, para dictar un curso sobre temas andinos. Luego de cambiar ideas con el jefe de mi Departamento, Malcolm Compitello, desarrollé el curso «Ancient Myths and Modern Views: The Inkas Revisited» tanto para estudiantes de maestría de Estudios Latinoamericanos como para estudiantes avanzados de Español durante el semestre de primavera del 2001.
El Glosario de Cieza todavía no ha sido anunciado porque estamos dándole los últimos toques.
Ustedes dirán qué fue de Juan de Betanzos. Bueno, aquí este autor nos sorprendió a todos. La cantidad de entradas es enorme, casi el doble de lo calculado y de lo previsto. Este autor nos ha dado muchísimo trabajo y aún no hemos terminado con las labores de control. Hay que revisar cada lista independientemente y luego colegirlas para detectar alguna divergencia. El lingüista, quien supervisa la normalización y la identificación de las lenguas, ya hizo su parte. Voy a empezar a trabajar en eso en enero. Luego entra a formatearse el listado para prepararlo para la Internet. Posiblemente esté listo para fines del 2003.
Otro glosario que está casi listo es el de Zárate. Se trata del primero de la «segunda fase». Este ha sido obra de Jorge Huamán, el miembro del equipo que se ha incorporado recientemente. Para hacer esto, ya con la experiencia anterior, empezamos por utilizar el formato seleccionado en un cuadro en el que se le llenan los espacios correspondientes. Esos cuadros, uno por entrada, van pasando por los otros especialistas que van añadiendo la información que tienen. Una vez que ya no hay cambios ni añadidos que hacerle a las entradas, se pasan a la Internet y se conectan con la página de Glosas croniquenses.
Dentro de la «segunda fase», tengo planeado hacer el glosario de Juan de Matienzo, el de Hernando Pizarro, el de Pedro Pizarro y otros. Mientras tanto, ¡a examinar más de cerca el extraordinario pasado andino! Aunque sea a través del filtro de la pluma del invasor español.