Miguel de Estete, Francisco de Jerez y Pedro Sancho. Tres escritores de una misma obra; el relato de la primera incursion española en el Tawantinsuyu (1533-1534)

Lydia Fossa, PhD

La mayoría de estudiosos de los textos de los primeros años de la invasión y conquista españolas identifican a los autores que presentamos más abajo como “cronistas de la conquista” o como “cronistas soldados”. Propongo, más bien, y después de leer sus textos, llamarlos “cronistas de la invasión” o “cronistas de guerra”. Esto porque no eran personas que se dedicaban exclusivamente al ataque y la defensa, sino que lo hacían solo en ocasiones especiales, como la de la invasión del Perú. Los que leeremos ahora eran, más bien, notarios o escribanos. Esto los hacía indispensables en las huestes, porque eran prácticamente los únicos que podían registrar por escrito lo que sucedía en su entorno. Estaban abocados a ello por mandato del jefe de la hueste, Francisco Pizarro o por su encargo, de su hermano Hernando. Escribían y describían lo que veían y lo que le convenía a Pizarro que quedara registrado. Estos textos, muchas veces, fueron la fuente de las relaciones de méritos que los conquistadores hacían escribir para solicitar favores y retribuciones de la Corona, tanto para sí mismos como para los escribientes. Estos textos, debían dejarlos bien, debían dibujarlos bajo una luz benefactora, como heroicos soldados del Rey católico que se habían enfrentado a múltiples y multitudinarios grupos armados de idólatras.

Presento a los tres autores juntos porque todos participaron en la redacción del texto que nos ocupa, como secretarios de Francisco Pizarro. Se fueron turnando en la cobertura de los hechos a medida que, por diversos motivos, se veían obligados a dejar la función de cronista de guerra que, por sus capacidades escriturarias, les había encargado Pizarro. Las fuentes consultadas coinciden en afirmar que los reportes de estos tres autores constituyen la versión oficial del inicio de la invasión española al Perú. Fueron redactadas cuidadosamente y después leídas a Pizarro, quien las aprobaba y, en algunos casos, firmaba . Como se recuerda, Francisco Pizarro no sabía leer ni escribir, sólo aprendió a firmar.

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