El cacique le respondió (según después nos dijo) que más a su salvo tomaría a los cristianos cuando ellos llegasen a donde él estaba. Sabiendo el gobernador que este cacique andaba conquistando aquella tierra con mucho número de gente determinó de ir en busca de él con la poca gente que llevaba, que seríamos todos ciento y cincuenta, en que irían casi sesenta de a caballo. Así partimos en busca de este cacique, que nos amenazaban que él nos vendría a buscar y el gobernador quiso ir a buscar a él. |
26 |
En un pueblo que se dice Piura halló el gobernador a un capitán hermano suyo a quien había enviado adelante con cuarenta de a pie y de a caballo, y de él supo cómo todos aquellos caciques le amenazaban con Atahualpa. |
26 |
Allí se informó el gobernador de los indios, y le dijeron que este cacique estaba en un pueblo llamado Cajamarca y que allí lo esperaba con mucha gente. |
26 |
Con el gran deseo que el gobernador y los de su compañía tienen de servir a su Majestad, no rehusaron el trabajo del camino y fueron a un pueblo que estaba dos leguas de allí, que era repartimiento del señor capitán Hernando Pizarro, el cual se había adelantado cuatro días antes por apaciguar aquel cacique. |
27 |
El capitán envió a llamar al cacique de aquel pueblo, y luego vino quejándose mucho de Atahualpa, de cómo los había destruido y muerto mucha gente, que de diez o doce mil indios que tenía no le había dejado más de tres mil, y que aquellos días pasados estaba gente de guerra en aquel pueblo, y como supieron que venían los cristianos que por temor de ellos se habían ido. |
28 |
El cacique se holgó mucho, y luego abrió una casa de aquellas que estaba cerrada y puesta guarda por Atahualpa, y sacó de ella cuatro o cinco mujeres y diolas al capitán para que sirviesen a los cristianos en guisar de comer por los caminos. |
28 |
Estando en esto vino un capitán de Atahualpa: el cacique hubo gran temor y se levantó en pie, que no osó estar sentado delante de él, mas el señor Hernando de Soto lo hizo sentar cerca de sí. Este capitán traía un presente para los cristianos de parte de Atahualpa. |
28-29 |
De allí a dos días se partió el gobernador para ir a verse con Atahualpa, y hallaba por el camino destruidos los más de los pueblos y los caciques ausentados, que todos estaban con su señor. |
29 |
Antes de llegar al pueblo tomamos dos indios por saber nuevas del cacique Atahualpa: el capitán los mandó atar a dos palos, porque tuviesen temor. |
30 |
El uno dijo que no sabía de Atahualpa, mas que el otro había pocos días que había dejado con Atahualpa al cacique señor de aquel pueblo. |
30 |
Del otro supimos que Atahualpa estaba en el llano de Cajamarca con mucha gente esperando a los cristianos, y que muchos indios guardaban dos malos pasos que había en la sierra, y que tenían por bandera la camisa que el gobernador había enviado al cacique Atahualpa, y que él no sabía otra cosa más de lo dicho, y con fuego ni con otra cosa nunca dijo más de esto. |
30 |
Y como el gobernador había enviado un indio del camino —era este indio cacique de los pueblos en los cuales los cristianos estaban repartidos y eran grandes amigos de los cristianos— este cacique fue al real de Atahualpa y sus guardas no le dejaron llegar allá, antes le preguntaron que de dónde venía el mensajero de los diablos, que por tanta tierra habían venido y no había quien los matase. |
31-32 |
El cacique les dijo que le dejasen ir a hablar con Atahualpa, porque cuando algún mensajero iba a los cristianos ellos le hacían mucha honra. |
32 |
En el pueblo había muy poca gente, que serían cuatrocientos o quinientos indios que guardaban las puertas de las casas del cacique Atahualpa que estaban llenas de mujeres que hacían chicha para el real de Atahualpa. |
32-33 |
El señor Hernando Pizarro y el señor Hernando de Soto pidieron licencia al señor gobernador que los dejase ir con cinco o seis de a caballo y con la lengua a hablar con el cacique Atahualpa, y a ver cómo tenía asentado su real. |
33 |
Ellos fueron al real que estaba una legua de allí. Todo el campo donde el cacique estaba, de una parte y de otra estaba cercado de escuadrones de gente, piqueros y alabarderos y flecheros, y otro escuadrón había de indios con tiraderas y hondas, y otros con porras y mazas. |
33 |
Y llegaron donde estaba el cacique, y halláronlo que estaba sentado a la puerta de su casa con muchas mujeres al derredor de él, que ningún indio osaba estar cerca de él. |
33 |
Y llegó Hernando de Soto con el caballo sobre él, y él se estuvo quedo sin hacer mudanza, y llegó tan cerca que una borla que el cacique tenía tocada puesta en la frente le aventaba el caballo con las narices, y el cacique nunca se mudó. |
33 |
Luego vino Hernando Pizarro, que se había quedado algo atrás a poner tres o cuatro de a caballo en un puerto donde había mal paso, y traía a las ancas del caballo un indio que era la lengua, y allegóse al cacique con muy poco temor de él y de toda su gente, y díjole que alzase la cabeza, que la tenía muy baja, y que le hablase, pues él era su amigo y le venía a ver. |
34 |
El cacique le dijo con la cabeza baja que él iría por la mañana a verle. |
34 |
El cacique envió dos indias, y trajeron dos copones grandes de oro para beber, y ellos por contentar le hicieron que bebían, pero no bebieron, y despidiéronse de él. |
34 |
Después de idos los cristianos de allí, ellos pagaron bien lo que se retrujeron, que a ellos y a sus mujeres e hijos mandó el cacique cortar las cabezas, diciendo que adelante habían ellos de ir, que no volver atrás, y que a todos los que volviesen atrás había de mandar hacer otro tanto. |
34 |
Los capitanes volvieron al señor gobernador y le dijeron todo lo que habían pasado con el cacique, y que les parecía que la gente que tenía serían cuarenta mil hombres de pelea, y esto dijéronlo por esforzar a la gente, que más había de ochenta mil. |
34-35 |
Y allí estuvo el cacique esperando un poco a su gente porque viniesen todos juntos. |
35 |
El gobernador le envió luego un hombre enviándole a rogar que viniese donde él estaba, asegurándole que no recibiría ningún daño, ni enojo, por tanto que bien podía venir sin temor, aunque el cacique no mostraba tener ninguno. |
35-36 |
El cacique traía delante de si vestidos de una librea trecientos indios, los cuales venían quitando delante de él todas las piedras y pajas que hallaban por el camino por donde llevaban al cacique en las andas. |
36 |
Cuando el cacique llegó en aquella plaza, dijo: ¿Donde están estos cristianos? ¿Ya están todos escondidos, que no aparece ninguno? En esto se subieron siete u ocho indios en aquella fortaleza. |
36-37 |
El cacique respondió que él no pasaría más adelante hasta que le devolviesen los cristianos todo lo que le habían tomado en toda la tierra, y que después él haría todo lo que le viniese en voluntad. |
37 |
Y el muchacho que era la lengua, que allí estaba diciéndole aquellas cosas, fue corriendo luego y tomó el libro, y diolo al padre, y el padre se volvió luego dando voces, diciendo: Salid, salid cristianos, y venid a estos enemigos perros, que no quieren las cosas de Dios, que me ha echado aquel cacique en el suelo el libro de nuestra santa ley. |
37-38 |
El gobernador estaba muy alegre con la victoria que Dios nuestro señor nos había dado, y dijo al cacique que por qué estaba tan triste, que no debía tener pesar, que nosotros los cristianos no habíamos nacido en su tierra sino muy lejos de ella, y que por todas las tierras por donde habíamos venido había muy grandes señores, a todos los cuales habíamos hecho amigos y vasallos del Emperador por paz o por guerra, y que no se espantase por haber sido preso de nosotros. |
39 |
El cacique les preguntó si había mucha gente muerta. Ellos le dijeron que todos los campos estaban llenos. |
40 |
El gobernador dijo que más había que decirles, y haciendo una cruz diola al cacique diciéndole que toda su gente así junta como apartados unos de otros tuviese cada uno en la mano una [cruz] como aquella |
40 |
En aquella noche y día, ya que el cacique mostraba estar contento, dijo al gobernador que bien sabía lo que ellos buscaban. |
41 |
El cacique dijo que él les daría tanto oro como cabría en un apartado que allí estaba, hasta una raya blanca que allí estaba, que un hombre alto no llegaba a ella con un palmo, y sería de veinticinco pies en largo y quince en ancho. |
41 |
El cacique dijo que traería diez mil indios, y que harían un cercado en medio de la plaza y que lo henchiría todo de vasos de plata. |
41 |
Allí supimos cómo este cacique había prendido a otro señor que se decía el Cuzco, que era mayor señor que él. |
41 |
Y el señor gobernador supo que había una mezquita muy rica en aquella tierra, y que en esta mezquita había tanto oro, y aun más de aquello que el cacique había prometido, porque todos los caciques de aquella tierra adoraban en ella, y asimismo el Cuzco, que allí venían a tomar sus consejos sobre lo que habían de hacer, y muchos días del año venían a un cimin que tenían hecho de oro, y le daban a beber unas esmeraldas molidas. |
43 |
Llegó el señor Hernando Pizarro a un pueblo que se decía Huamachuco, y allí halló oro que traían por rescate del cacique, que serían cien mil castellanos. |
43-44 |
El cacique dijo al gobernador que el oro no podía venir tan presto, que como él estaba preso no hacían los indios lo que mandaba. |
44 |
Díjoles aquel capitán que no le pidiesen mucho oro, que si no quisiesen dar por rescate al cacique, que él lo iría a sacar. |
45 |
La mujer no los consintió entrar dentro si no se descalzaban, y descalzándose fueron a ver aquellos bultos secos y les sacaron muchas piezas ricas, y no se las acabaron de sacar todas porque el cacique Atahualpa les había rogado que no se las sacasen diciendo que aquel era su padre el Cuzco, y por eso no osaron sacarle más. |
46 |
Asimismo sacaron a los cristianos de unos muertos que estaban allí mucho oro, y unos caciques de Chincha le dieron oro, de manera que le dieron en todo cuarenta mil pesos. |
48 |
Y así volvió y dijo al capitán que fuese a ver al señor gobernador y a su cacique Atahualpa. Él dijo que no quería salir de allí porque así lo había mandado su señor Atahualpa. Hernando Pizarro le dijo que si no quería venir, que lo llevaría por fuerza. |
48 |
Al cacique Atahualpa le pesó mucho de la venida de su capitán, mas como era muy astuto dio a entender que le placía. |
48-49 |
Y así le preguntaron otra vez por el oro, y no lo quiso decir, mas luego que le pusieron un poco de fuego dijo que le quitasen aquel cacique su señor de delante, porque él le hacía del ojo que no dijese la verdad. Y así se lo quitaron de allí, y luego dijo que por mandado del cacique él había venido tres o cuatro veces con mucho poderío de gente sobre los cristianos, y como los cristianos lo sabían, el mismo Atahualpa su señor le mandaba volver por miedo que los cristianos no los matasen. |
49 |
Asimismo dijo aquel capitán indio a los cristianos que en aquel pueblo de abajo donde el cacique Atahualpa su señor tenía asentado su real estaba un toldo muy grande en el cual el cacique tenía muchos cántaros y otras diversas piezas de oro. |
50 |
Luego llevaron aquel capitán indio a la casa del señor Hernando Pizarro y pusieron diligentemente guarda sobre él, porque así convenía que se pusiese, porque más obedecía la mayor parte de la gente al mandado de este capitán que al del mismo cacique Atahualpa su señor porque era muy valiente hombre en la guerra y había hecho mucho mal por toda aquella tierra. |
50 |
Y así estaba aquel capitán muy enojado contra el cacique Atahualpa, su señor, diciendo que por su causa le habían maltratado. |
50 |
El cacique no le enviaba de comer ni otra cosa alguna a causa del mucho enojo que contra él tenía por lo que había dicho, mas el señor capitán que lo tenía en su casa le daba bien de comer y así le hacía servir y darle todo lo que había menester. |
50-51 |
Y este capitán era natural de una provincia que se dice Quito, de la cual el mismo Atahualpa era señor. Esta tierra es muy llana y rica, los hombres de ella son muy valientes. Con esta gente conquistaba Atahualpa la tierra del Cuzco. Y de ella salió el Cuzco viejo cuando comenzó a señorear todas aquellas tierras. Dijo el cacique Atahualpa que había muchas casas deputadas de oro y plata, y que el oro de las minas era menudo, porque las minas de collado eran de aquel cabo del Cuzco y eran más ricas, porque sacaban de ellas el oro en granos grandes, y no se lavaba el oro, mas del río lo sacaban en granos. |
51 |
De plata poca trajeron, porque así se lo mandó el gobernador, que no trajesen plata sino oro, porque el cacique se quejaba que no hallaba indios que trajesen el oro. |
51 |
En esta casa estaban más de docientos cántaros de plata grandes que trajo el cacique, aunque el gobernador no se lo mandó. |
52 |
En estos días como supo el cacique que querían sacar oro de la tierra mandó hacer mucha gente por muchas partes, los unos que a los cristianos que habían de venir a embarcarse en los navíos, y la otra gente para venir sobre el real, por ver si podría ser libertado. |
52-53 |
Como el señor gobernador fue de esto bien informado habló al cacique, y díjole por qué era tan malo, que hacía venir gente sobre nosotros. |
54 |
Y determinaron de matar luego aquel gran cacique Atahualpa, el cual lo merecía. |
54-55 |
Y así lo ahogaron aquella noche, que otras muchas había que la gente no dormía ni sosegaba con temor de los indios y de aquel cacique. |
55 |
El gobernador proveyó aquella noche de quien velase al cacique muerto, y otro día de mañana lo enterraron en una iglesia que allí teníamos, y muchas indias se querían enterrar vivas con él. |
55 |
De la muerte de este cacique se alegró toda aquella tierra, y no podían creer que era muerto. |
55 |
Otros muchos y yo oímos decir al cacique que no hiciesen volver aquel oro atrás, porque él esperaba mucho más que le habían de traer más de docientos indios, y el gobernador le dijo que ellos habían de ir por allí y lo recogerían |
56 |
Sé que dijo el cacique que hay otros muchos indios de aquella tierra de Coallo y que hay un río muy grande en el cual hay una isla donde hay ciertas casas, y que entre ellas está una muy grande toda cubierta de oro, y las pajas hechas de oro, porque los indios nos trajeron un manojo de ellas, y que las vigas y cuanto en la casa hay todo es oro, y que tiene el suelo empedrado con granos de oro por fundir y que tiene dentro de ella mucho oro por fundir, y esto oí decir al cacique y a sus indios que son de aquella tierra estando presente el gobernador. |
56-57 |
Dijo más el cacique, que el oro que sacan de aquel río no lo cogen en bateas, antes lo cogen en unas acequias que hacen salir de aquel río que lava la tierra que tienen cavada, y asimismo quitan el agua de aquella acequia como está lavada y cogen el oro y los granos que hallan, que son muchos. Y esto yo lo oí muchas veces, porque a todos los indios de la tierra de Collao que lo preguntaban decían que esto era así verdad. |
57 |